i.

Le escupió toda su ponzoña en una sonrisa afilada y curvada sólo en los bordes. Vomitó las tripas en su desprecio, en el ácido corrosivo de su mirada. A pesar del silencio sabía que su interior se estaba desintegrando a base de bombas nucleares. Se tragaba la radioactividad porque aunque hubiera querido destrozarla en ese mismo instante, sabía que no podía. Y eso le prendía e incineraba las entrañas con más violencia de la que hubiera conseguido toda la metralla de la faz de la tierra. Simplemente no podía. Le ardía el pensamiento de odio y de frustración y de verdad que la habría hecho pedazos, la habría rasgado como si sólo fuera una hoja de papel. Pero no  podía.
Porque era ella.