Le
escupió toda su ponzoña en una sonrisa afilada y curvada sólo en los bordes.
Vomitó las tripas en su desprecio, en el ácido corrosivo de su mirada. A pesar
del silencio sabía que su interior se estaba desintegrando a base de bombas
nucleares. Se tragaba la radioactividad porque aunque hubiera querido destrozarla
en ese mismo instante, sabía que no podía. Y eso le prendía e incineraba las
entrañas con más violencia de la que hubiera conseguido toda la metralla de la
faz de la tierra. Simplemente no podía. Le ardía el pensamiento de odio y de
frustración y de verdad que la habría hecho pedazos, la habría rasgado como si
sólo fuera una hoja de papel. Pero no
podía.
Porque era ella.