¿Y quién
era ella?
Nadie.
Eso te
habría contestado él, sin parpadear. En parte tenía razón. Pero ella sí era
alguien. Algún guionista la hubiera llamado infierno subido sobre unos tacones
rojos, pero no le hubiera hecho gracia. Era algo taimada, eso sí. Manipuladora.
Jugaba su propio juego con sus propias cartas y no solía invitar a nadie a su
mesa. Nada de fría, aunque a veces sí calculadora; tenía más pasión que ninguno
de los poetas del Siglo de Oro. Estaba un poco de demonios hasta lo hondo de
las tripas, aunque también tenía más infierno que pecados.
Lo que
quería era que él cayera sobre sus rodillas por ella y se ahogara.
Tenía
un nombre, un nombre de verdad, pero ya nadie lo usaba. A él las heridas que no
tenía y las guerras que le colgaban de la espalda, lo habían rebautizado. Aquiles.
¿Y a
ella?
A ella
la llamaban Estigia.