- Aura me miraba.
- Me miraba.
de verdad
¡me derrito!
Ácida. Envenenada hasta la médula. Y yo quería que siguiera sonriendo, quizás para saltarle los dientes, quizás para aplastárselos con la boca.
(Un cyborg. Aura decía que se había enamorado de un cyborg).
Y Aura seguía mirando, sólo porque sabía que me ponía nervioso, que me desgastaba las fuerzas y me agotaba la paciencia. Sólo porque disfrutaba sacándome de mis casillas, sólo porque era
- Aura.
Una Anna Karenina desplazada en tiempo y espacio, con la eterna cita en el mismo punto, debajo del metro, sonriendo porque conseguía escapar por minutos de su destino fatal.
- Sin saberlo.
Sin saber que moriría hecha trizas en las vías.
Una hora, un momento. Minuto a minuto, cada vez más y más cerca.
No lo sabía.
¿Cómo hubiera podido?
No era ningún puto cyborg.
Pero ahora que lo sé y ahora que ese minuto y ese segundo y ese espacio ya queda lejos, puedo decir que no me arrepiento y no habría cambiado un segundo, sabiendo que la lápida la esperaba donde la esperaba y que acabó en una caja debajo de ella (y que después de eso acabó incinerada y repartida por lo que quedaba de Sicilia) no habría cambiado ni un parpadeo.
La seguí durante años. La perseguía a veces, otras la buscaba. Toda mi vida.
¿Quién era Aura?
Me estoy muriendo. Ella hubiera dicho sé un hijo de p***, llévatelo contigo.
Pero por eso ella era Aura y yo sólo era yo.
- Aura era