xxxiv.

Ya, yo tampoco.

Tampoco lo sentías, ¿verdad, Aura?
Estaba allí el día que

    te pusiste un arrollador punto final a ti misma.
Lo vi, con mis propios ojos. Ojos de humano, que ven sólo lo que quieren y lo traducen a una mente que después distorsiona ese recuerdo, aunque se haya guardado hace apenas tres segundos, para convertirlo en aquello más sano para quién ha visto. Quien ha visto y no recuerda.
Estuve allí, como el resto, pero nadie recuerda tu muerte.
No como de verdad fue.
No.
Eso es para cyborgs.
(Y sabes qué, Aura. A ningún cyborg le importaste nunca tanto. Ese cyborg que era tu favorito decía que te lo montabas muy bien en la cama, pero nada más. Tanto, tantísimo tiempo intentándolo con tanta fuerza para que al final ellos te despreciaran).
Ah, pero recuerdo y vi algo mejor de lo que ningún ojo de cyborg podría.
Vi el por qué.
Sabía el por qué.
Y todavía lo recuerdo.

      Maté a todos los que encontré al amparo de tu por qué.

Aura tenía la sangre que podría haber salvado a la humanidad. Y esa sangre acabó esparcida, sangre de volcán, en forma de erupción por toda la estación. Cerraron la estación. Intentaron rebentarla, primero, pero los Sicarios ya habíamos llegado.
Intenté salvarte, Aura, y no te dejaste.

    Te balanceaste, como esos días en que buscabas paz subida encima de tu roca, tan cerca del mar (dentro del mar, rozándole el vientre) balanceándote de izquierda a derecha sin que llegara a importarte caerte o no. Esa era tu paz. Saber que podías morirte y que te diera igual. Ni los esqueletos de las tumbas que aún queden experimentan tanta tranquildad, mar en calma...

Chica volcán, a mí no podías engañarme.
Te daba igual morir porque no podías tener lo que querías. Y no era que no pudieras tenerlo porque te faltaran recursos, siendo tú los habrías conseguido. No podías tenerlo porque estaba deletreado en tu código genético

      AURA JAMÁS SERÁ UN CYBORG

(Te lo escribí en la tumba).