iv.

    La pelirroja se llamaba Anna Karenina o así la llamarían. En las noticias.
    Y arrugarían la nariz y los morros porque.
      Una Anna Karenina
    Una que por supuesto, americanos con caras consternadas frente al televisor y la cuchara llena de esos (¡malditos!) cereales de colores con forma redonda y un agujero en el centro y cargadas de leche, no os importaría. Ninguna importa nunca, sólo es una tía que ha decidido hacerse trizas debajo de un tren.
    Siempre tocando los cojones.
    En realidad se llamaba Aura. O algo parecido. Y le gustaba mucho tocar los cojones. Decía que lo haría hasta el último de sus días y así fue, porque dejó esa maldita vía de tren como si un bicho gigante y apestoso hubiera devuelto la comida de toda una semana.
    Trozos de Aura por todas partes.
      ¡BOOM!
    Pero no. Para eso todavía quedaban años. Y de alguna forma, llegó hasta ese punto.
      ¿No?
    No.
      ¿No?
    Claro que no, mierda. Aura vino así de fábrica. En 2013 Lady Gaga le hizo una canción y ahí ya estaba condenada. No era culpa suya. Estaba algo así como predestinada. Dijo una vez que sería como Sócrates y nunca llegué a entender que 1) tuviera idea de quién fue ese tipo 2) a qué narices se refería, porque yo si que no sabía quién era. Pero sonreía y decía que moriría por sus ideales y entonces yo apuntaba líneas para mi guión de película.
    Quería que fuera absurda.
    Aura era el colmo de lo absurdo.
      Aura era también bonita. Bonita del tipo de belleza que se pierde con los años y las arrugas. No tenía esa belleza poderosa que se quedaba impresa por debajo de la piel y duraba toda la vida. Se secaría y sería apenas un reflejo de lo que había sido. O ni eso, porque acabaría siendo la Anna Karenina del 2032. Pero no nos adelantemos a los hechos.
      Aura nació en 2014, una mañana fría de primavera mientras Same love sonaba quién sabe de qué guitarra y nadie la esperaba. Ni su madre, que dormía y no se despertó hasta estar no sé cuantos centímetros dilatada