ix.

    Dijo que quería sentir como se le separaban los tendones del resto de ello y como sus costillas se descolgaban de sus vértebras y echaban a volar, llevándose su corazón de pasajero sobre el esternón. Dijo que quería que fuera desgarrador y feo. Sobre todo feo. (Dijo que quería tirarse del columpio atrás y sonreír mientras caía).
    Quizás por eso nadie la conoció como Aura, sino como Anna Karenina. Quizás por eso decidió arrojarse a las vías de un metro y decir adiós de forma poética (hizo rimas para hablar de lo destrozada que quedaría después de que aquel tren medio cyborg pasara su acero de máquina perfecta por encima de sus huesos de humana absurda).
      Absurda.
    Así era Aura.
      ¿Lo he dicho ya?
    No habéis entendido el concepto.
      Aura lo creó. Más que absurda. Más que
    en realidad es inútil intentar explicarlo. Aura era la definición de la absurdidad de la que estoy hablando y ella era la única que podía llegar a explicarlo, con su simple presencia, correteando como iba detrás de un maldito cyborg.
    Lo del cyborg, ¿lo he dicho ya? (algún día lo superaré
    o no).