xii.

    Paz
    si eso significaba algo para ella
    allí la encontró y abrazó. Se hizo un ovillo junto a ella y dejó que la meciera, que la balanceara con suavidad, amenazando con tres grados más a la derecha, tres más a la izquierda y quién sabe si tres y medio a un lado la hubieran matado.
      Pero Aura era una Anna Karenina.
    Lo llevaba en la decadencia de sus entrañas, en lo podridas que tenía las costillas. Lo llevaba escrito más adentro de la piel y los huesos, donde no podía leerse. O entenderse.
    Aura era un alma en pena, al final. Eso era todo lo que era.
    Y allí estaba. Con el cabello alborotado y la sonrisa despeinada y los huesos al viento.
      (Se moría.)