xxxviii.

Pniewski se metía en la cama vestido porque era sonámbulo. Decía que ya que iba a salir por qué no ponerse guapo, por una vez que iba a dar una vuelta... cada noche se golpeaba las rodillas contra la puerta hasta que decidía que por ahí y no y se acercaba a la ventaba y saltaba. Suerte la nuestra, la suya y la de sus huesos, que vivíamos en un primero. Mala suerte también, para sus rodillas y el resto del calcio de él, que mi sueño fuera a prueba de bombas nucleares. Por eso Pniewski tenía siempre moratones por todas partes, de sus pesadillas inquietas.