xxxvii.


Él era de este tipo de personas alérgicas al polvo que nunca limpian. Él, Pniewski, digo. Era un poco imbécil. Siempre leía mucho, le gustaba encasquetar sus diálogos favoritos de sus novelas favoritas aunque no siempre fuera el momento adecuado. Una de cada ocho y medio acertaba y decía algo con coherencia, a veces sin que él mismo se diera cuenta. En algunas de esas ocasiones, cuando el ambiente lo propiciaba, el humo de un cigarrillo, el silencio de una carretera solitaria y sólo nuestros pasos, en algunas ocasiones lo que decía nos convertía en esqueletos tétricos vagando camino a ninguna parte, a la tumba quizás. El resto del tiempo era un tipo simpático que quería ser apicultor y cantaba bien. Y era, a decir verdad, mi único amigo.