xxxvi.
Así que eso hacíamos Pniewski y yo. Nos emborrachámos
a las nueve de la tarde y salíamos de fiesta hasta que no podíamos más, rozando
las cinco de la mañana. Después paseábamos por el paseo marítimo hasta llegar a
una de esas casetas de socorristas y él sacaba el tablero de ajedrez diminuto y
echábamos unas cuantas partidas, de resaca. Si uno de los dos vomitaba, perdía, y
entonces tenía que limpiar el piso y no podía elegir película durante todo el
mes.