Dijo siempre que su padre no era sus cenizas, que
su padre era su colección de música y revistas porno. Que era su indecencia en
forma de todos esos calendarios en los que había marcado las fechas de todos
esos eventos a los que nunca había ido, partidos de fútbol de su hijo, como en
las películas americanas, que siempre se perdió. Pniewski decía que su padre
era todas las veces que le había jodido, aquella vez que le había dado un
puñetazo de rabia y le había hecho saltar un diente, padre a hijo, aquella otra
vez que fue a buscarle nadando brazada a brazada en mitad de una inundación porque
sus amigos le habían dejado solo estando colocado hasta las cejas. Su padre era
todos los días de su vida y eso no podía quedar reducido sólo a cenizas. No podía
caber.
Pniewski se quedó destrozado.
Quizás por eso nos hicimos a la carretera.