xxxix.


Dijo siempre que su padre no era sus cenizas, que su padre era su colección de música y revistas porno. Que era su indecencia en forma de todos esos calendarios en los que había marcado las fechas de todos esos eventos a los que nunca había ido, partidos de fútbol de su hijo, como en las películas americanas, que siempre se perdió. Pniewski decía que su padre era todas las veces que le había jodido, aquella vez que le había dado un puñetazo de rabia y le había hecho saltar un diente, padre a hijo, aquella otra vez que fue a buscarle nadando brazada a brazada en mitad de una inundación porque sus amigos le habían dejado solo estando colocado hasta las cejas. Su padre era todos los días de su vida y eso no podía quedar reducido sólo a cenizas. No podía caber. 
Pniewski se quedó destrozado. 
Quizás por eso nos hicimos a la carretera.